Un día cualquiera un mes después

Cuando la vida se convierte en lo que transcurre de fondo mientras preparas miles de decímetros cúbicos de eso que todo el mundo llama leche y que parece whey protein, te das cuenta de muchas cosas. De lo que ha cambiado tu vida, tus costumbres, tus hábitos y tus prioridades.
El tiempo también cambia su medida y aprovecha para galopar cuando estás descansando o disfrutando de los tuyos. Pero se vuelve un caracol cabrón cuando estás fuera.
El estado de ánimo amplía horizontes para - pese al poco descanso - pasar de largo toda esa gente que podía amargarte el día. Ya poco importan los malos modales, las críticas o los reproches.
Y lo bien que sienta que te pregunten por los tuyos... y acordarse de que al llegar a casa seguirán pidiendo su proteína. Dos razones más para confiar en un optimismo que, en estos tiempos, va muy caro.
Y piensas cómo será cuando gesticulen, cuando caminen o hablen... y todo lo que puedes compartir con ellos... y si lo harás bien... y si serás capaz... y ya no sabes si estás soñando o es real. Y suena el despertador, te pellizcas, llegas tarde, pero hueles el pañal y sabes que no es un sueño.
Tan real que debes vivirlo intensamente pues el puñetero galopante no se para con nadie. Ya va un mes y a este ritmo aquí me da que no va a hacer una excepción.