He picado en el consumismo -otra vez- de la mano de la nueva tabla tonificadora de Nintendo. Y de momento no me arrepiento de ello. Un par de días han bastado para que se convierta en el centro de atención de la familia. Nadie se ha librado de bailar el hula-hoop ni de esquiar ladera abajo intentando sortear las banderas.
Con una configuración muy cómoda y sencilla -basta con poner las pilas y sincronizar a la Wii- tendremos en el salón de nuestra casa diversión asegurada para un buen rato. La colección de mini-juegos que acompaña al hardware es más que acertada, si bien estoy esperando ansiosamente el resto de títulos específicos que están a punto de ver la luz.