El rosa no existe

Desde que eres pequeño intentas focalizar todo del color de rosa. Tienes la gran suerte de tener una infancia llena de buenos recuerdos, lo que todo niño debería tener, juegas, te diviertes, te empiezas a preocupar por los exámenes, salir con tus amigos... Todo es fantástico.

Encuentras una pareja, con mucha suerte también un trabajo, y vives por y para todas esas ilusiones que te hacen levantarte cada día, un coche, una casa, unas vacaciones, formar una familia...

Te haces mayor sin casi darte cuenta, todo de color rosa. Hasta que la vida te prepara el primer guantazo, que normalmente no suele ser en primera persona, por mucho que lo hubieras deseado.

Y de repente te ves en una espera de tiempo indeterminado que se parece demasiado a eso que llaman eternidad, poniendo en duda todas y cada una de las cosas que has hecho. Y aunque no lo sepas, los valores cambian automáticamente y sin pedir permiso.

Todavía no estás en condiciones de saber si ese cambio será como los propósitos de fin de año que se apagan en febrero o si realmente serás capaz de priorizar lo primero sobre lo segundo. Pero sabes que algo ha cambiado y que nadie te ha pedido permiso para hacerte mayor.

Las adversidades también suelen servir para descubrir muchas cosas de las personas que te rodean, para aprender a sacar un enfoque positivo o para pensar en lo efímero y en lo perecedero. Y cada situación requiere un cristal de un color distinto, no todo es blanco ni negro. Pero rosa tampoco.

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Óscar
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